LA PASCUA: CÓMO UNA FIESTA TAN ANTIGUA PUEDE AFECTAR POSITIVAMENTE EL RESTO DE SU AÑO

Tengo un hijo de casi 2 años. Temprano en la mañana, generalmente se despierta llamando a uno de los padres. Él grita en voz alta, en la expectativa de ser escuchado y sacado de su cuna, hacia la “libertad”. Su cuna limita la posibilidad de ir y venir, pero los brazos del padre o la madre proporcionan libertad.

La Pascua es una celebración que comienza con el Hijo gritando “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” y termina con una tumba vacía, con el Hijo regresando al Padre.

Jesús y el Padre nunca dejaron de estar juntos.

Es importante recordar que Jesús y el Padre nunca dejaron de estar juntos. Es imposible para Dios dejar de ser Dios y Dios existe en tres personas. Jesús y el Padre siempre vivieron juntos, pero en un momento de la historia, por amor a nosotros, hubo un “distanciamiento” hasta el punto de que el hijo se sintió abandonado. Sin embargo, nunca hubo una separación. Jesús eligió cargar sobre sí nuestra podredumbre y se sintió desamparado de una forma inexplicable.

La Pascua es la celebración del fin del desamparo.

Así, la Pascua es la celebración del fin del desamparo. El Hijo regresó al Padre y todos podemos sentirnos amparados como hijos, debido a la muerte y resurrección de Cristo.

La Pascua que celebran los judíos, mucho antes de la venida de Cristo, fue una celebración diseñada por Dios para celebrar anualmente la liberación de Egipto y ya se refería a la liberación final, realizada por el cordero que habría de venir.

Para nosotros es una celebración de los hechos, de alguien que tiene derecho a hacer lo que quiere, pero elige someterse libremente. En Juan, capítulo 10, Jesús explica su búsqueda de las ovejas perdidas y sobre ser el buen pastor. Afirma que dará su vida por sus ovejas, pero explica, en el versículo 18, cómo sucederá la donación de su vida:

“Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” Juan 10:18

Cristo es un modelo del uso de la libertad.

Cristo es un modelo del uso de la libertad, alguien que puede hacer lo que quiera, pero elige darse a sí mismo y dar su propia vida por libre elección.

La Pascua es la oportunidad perfecta para que celebremos la liberación, pero no solo eso. Un momento de reflexión sobre el libertador y una evaluación de nuestras acciones, a la luz de la entrega de Cristo.

Esta evaluación no pretende desanimarnos, sino alentarnos con la posibilidad de un año de mayor auto-entrega y sumisión. Este es el camino que Cristo preparó para que nos sintiéramos amparados y amados. El Padre nos ama, pero para apropiarse de este amor, debemos someternos a Su voluntad.

Todos los días, mi esposa o yo, escuchamos a nuestro hijo Luke gritando, al retirarlo de la cuna. No somos nada, somos imperfectos y, muchas veces, nos sentimos tan desamparados como él. Imagina entonces, si nuestro Padre, perfecto, no nos liberará de toda y cualquier prisión.

Sin embargo, la libertad siempre está precedida por un reconocimiento de insuficiencia, expresado en un grito: “PADRE”.

Entonces pidamos: “Padre, danos un año de libertad y amparo”.

La Pascua es la celebración del fin del desamparo. Es la inauguración de un camino de libertad, existente a partir de la obediencia de Cristo al Padre, posible para cada uno de nosotros a través de la misma sumisión. Y así transitamos el único camino de plena libertad, lejos del desamparo de la autosuficiencia.

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